dimarts, d’agost 01, 2006

Bonitas palabras de la A a la Z

Almizcle. Begonia. Camelia. Chumbera. Doncella. Enebro. Fragancia. Gacela. Hojalata. Iceberg. Jarabe. Keroseno. Laberinto. Llama. Mantecado. Naftalina. Ñoño. Oquedad. Perenne. Quórum. Renacuajo. Salamandra. Trenza. Umbral. Verbena. Wolframio. Xenón. Yuca. Zafiro.

¿A la hora de escoger, qué tiene una palabra que no tenga otra? ¿Una buena sonoridad? ¿La capacidad de transmitir sensaciones, eventos o anhelos? ¿Una especie de imán? ¿O, simplemente, su elección, es producto del azar? Quizá, el hecho de que una palabra nos apetezca más que otra es tan sencillo como cuando abrimos un libro por una página cualquiera y nuestra mirada va dirigida hacia un punto de la hoja, ya sea a la derecha o a la izquierda, sencillamente porqué el ángulo de visión es aquel precisamente. Y nuestra elección se centra en unas tres o cuatro palabras únicamente, de las cuales seleccionamos la que se nos presente más innovadora, más bella, más subsistente. Y decidimos. Apostamos por una de ellas. Al fin y al cabo, no deja de ser una selección natural, pero referida a los vocablos. De ahí la importancia de los diccionarios de sinónimos. Un caudal infinito de términos que no hacen más que abastecer y enriquecer nuestro vocabulario.
Así como una misma palabra puede generar acepciones distintas. Un mismo significado puede contemplarse desde el punto de vista de una gran variedad de palabras, que sería este nuestro caso. Eso sí, en función del contexto, utilizaríamos la más apropiada. Pero ese derecho a escoger entre diferentes términos para expresar un mismo significado ya nos ofrece un enorme poder sobre la escritura. Y a partir de este estadio, de encontrar la palabra que nos conviene, jugamos a conjugar las frases, hasta llegar a la construcción del relato, y de ahí a la novela. Parece fácil pero no lo es. La creación literaria empezará su camino siempre y cuando nuestro pensamiento se centre en el duro pero a la vez satisfactorio propósito de inventar historias inspiradas a partir de imágenes, olores, roces, sensaciones, sentimientos, como quien pinta un cuadro surrealista o quien esculpe una figura de barro con el único instrumento que sus propias manos o quien proyecta un edificio vanguardista en pleno barrio gótico. ¿Originalidad? ¿Innovación? ¿Espíritu rebelde? ¿Valentía? ¿Genialidad?
Personalmente, soy una apasionada del modernismo versus surrealismo. Tanto la arquitectura de Gaudí como las pinturas y esculturas de Dalí, casualmente dos personalidades con nombres parecidos, no dejan de sorprenderme. Ese gusto por la provocación despreciando lo mediocre ya es de por sí meritorio en una sociedad de finales del siglo XIX y principios del XX, acuciada por la crisis en todos los ámbitos. Las formas curvas del arquitecto, inspiradas en la propia naturaleza. Los retratos y esculturas surrealistas, perfectamente trazados, que parecen salidos de un pasaje onírico propio de las mejores o peores pesadillas del genial pintor-escultor.
Al igual que la genial escritora Anaïs Nin, nacida también a principios de siglo, una mujer que con tan solo 11 años empezó a escribir una literatura inquietante y provocadora. Sus Diarios relatan con una sinceridad y madurez impactante su vida, sus impresiones y sus frecuentes relaciones adúlteras, incestuosas, lésbicas y licenciosas. Una mujer ante todo independiente que sobrevivió a los prejuicios de principios del siglo XX. Un icono de sinceridad en una sociedad teñida enormemente de hipocresía. A pesar de su neurosis, quien sabe si no fue provocada por su genialidad, supo estar a la altura del vanguardismo y de la libertad imperante ya en la época, con todo lo que ello le comportaba por ser mujer. No puedo esconder mi admiración por esta dama de la escritura, pero sin dejar de lado que fue, ante todo, una mujer extremadamente valiente, sincera, avanzada a su tiempo, independiente, sumamente inteligente y con las ideas muy claras, capaz de romper moldes con una escritura femenina, cuando la literatura hasta entonces había sido patrimonio patriarcal.

Volviendo al primer párrafo, retomando más tarde el anterior por su extrema importancia para mí, releo las palabras escritas, y me cercioro de que abundan las que hacen referencia al sentido del olfato. No sé si tiene relación alguna con mi elección. Eso se lo dejaría a Freud. Pero me obstina la aparición de animales, vegetales y minerales, sin ser una intención premeditada. Mi elección no era ni mucho menos hacer una clasificación alfabetizada de los mismos. Los resultados son los que son, y si vuelvo a ellos, no deja de perturbarme la idea de que nuestras palabras ya estén labradas antes de exponerlas en un papel. Ni mucho menos quiero quitar méritos a los escritores, sólo faltaría. Pero me apetece jugar con tiento, con el hecho de crear a partir de unas simples letras un rosario de palabras que puede que hasta den lugar a frases que construyan relatos. Quien sabe?

Estoy ansiosa de escritura. Eso se nota. Intento encontrar el camino que me lleve a empezar a escribir esa primera palabra que cuesta tanto de encontrar. Luego, las demás, vienen seguidas como por arte de magia. Parece mentira, pero es así. Es como si hiciera falta una chispa para encender una llama. El problema es que en estos momentos carezco de encendedor...

1 comentari:

Anònim ha dit...

Que bonito castillo, hay que encontrar algun fantasma?