dilluns, de juliol 31, 2006

Marionetas de la sociedad


Desde que me levanto hasta que me pongo en la cama, tengo esa sensación de autómata que tanto detesto. Desde que suena el radio despertador, me levanto, voy a hacer un pis, me ducho, me seco, busco las bragas y sujetadores que mejor me irán para ponerme determinada ropa, voy a la cocina a preparar la comida de hoy, hago la cama, voy al aseo a maquillarme discretamente delante del espejo de aumento, me visto, despierto a mi hijo, preparo su mochila, le dejo su ropa preparada, la leche, etc. pasando por la jornada laboral que no deja de ser simétrica, para llegar a casa a comer, dejar la cocina impecable e ir a buscar a mi hijo para después volvernos los dos para casa a hacer los deberes, baño, cena con tele y a dormir.
Muy simplificada, esta es una jornada de mi vida, y las siguientes. Analizando el porqué de ese automatismo, llego a la conclusión de que buscamos la seguridad, ese saber qué viene después, cierto equilibrio que, aunque aburrido, nos relaja de pequeños contratiempos.
Siempre me he rebelado contra las normas impuestas por el colegio, por los amigos, por la familia, por el trabajo, por la sociedad. Aunque dicen que las normas están para saltárselas. Pura utopía.
Conforme he ido celebrando años, me he cerciorado de que todos y todas estamos a merced de algo o de alguien. Nadie se salva de estar supeditado. En la escuela por el profesor, con los amigos por el líder del grupo, en la familia por unos padres sobre protectores, en el trabajo por tus jefe y jefecillos, y dentro de la sociedad por el estado, o sea el pueblo, esa monarquía parlamentaria que decide que es lo que debes y lo que no debes hacer, al fin y al cabo.
Es como el pez que se muerde la cola. Tu eliges a tus gobernantes. Por lo tanto, se supone que estarás de acuerdo con su programa. Eso es, no debes quejarte de algo que, indirectamente, has escogido junto con el resto de electores. Eso si ganan los tuyos. Imagínate que no es así. Encima de cornudo apaleado.En resumen, aunque nuestra sociedad se muestre con su cara más temible, nos han enseñado desde la más tierna infancia que debemos decir siempre "amén". Eso es lo políticamente correcto. He dicho "debemos" no que "estamos obligados", aunque ya se encargan nuestras autoridades en hacer cumplir las normas, ya sea a golpe de porra o a golpe de monedero, por nuestra parte, claro. Por lo tanto, no tenemos escapatoria. Bueno sí, como con el catalán en sus peores tiempos, saltarnos las normas en la intimidad.

La guerra en 325 lineas


Volvemos a caer en el mismo error. Una y otra vez. Nuestros informativos nos ofrecen en prime time como evoluciona la guerra Israel-Líbano. Ciudades destrozadas, humaredas suspendidas en el aire, misiles volando el cielo, fuego, tanques y, cómo no, cadáveres agolpados en el suelo, unas veces aún calientes, otras ya en estado de putrefacción. Y de esos miles de muertos, la mitad son niños cuyo único pecado ha sido haber nacido en el lugar inadecuado. Observamos las imágenes con esa frialdad que tanto asusta, con un nivel de tolerancia adecuado. Mientras estamos mordisqueando un solomillo de ternera al punto, desde el otro lado del mundo, nos llegan unas imágenes terribles, dramáticas, sangrantes como el pedazo de carne que nos metemos en la boca. Y cual es nuestro error? Ya no nos inmutamos. Estamos tan acostumbrados a ver noticias de este calibre, con esta dureza tan extrema, que nuestra mente las acepta como parte del paisaje de nuestro comedor. Así de duro, así de injusto. Pero ... y qué podemos hacer? Nada. Eso es trabajo de nuestros gobernantes. Madre mía! Dejar en manos de los políticos una tarea tan sumamente delicada. No es suficiente con transmitir a los electores (y a los que no lo son) lo que está pasando en el mundo y prometer que van a poner medidas para acabar con la violencia. Se trata de cumplir las promesas, pero lo más difícil es cumplirlas honestamente, sin subterfugios, sin juegos sucios, sin muertos inocentes. Ahí reside el mérito. No poner en práctica el dicho de "Muerto el perro se acabó la rabia". Eso es demasiado fácil. Lo difícil es buscar la paz con el arma más poderosa que existe en el mundo: la palabra.