dilluns, de juliol 31, 2006

La guerra en 325 lineas


Volvemos a caer en el mismo error. Una y otra vez. Nuestros informativos nos ofrecen en prime time como evoluciona la guerra Israel-Líbano. Ciudades destrozadas, humaredas suspendidas en el aire, misiles volando el cielo, fuego, tanques y, cómo no, cadáveres agolpados en el suelo, unas veces aún calientes, otras ya en estado de putrefacción. Y de esos miles de muertos, la mitad son niños cuyo único pecado ha sido haber nacido en el lugar inadecuado. Observamos las imágenes con esa frialdad que tanto asusta, con un nivel de tolerancia adecuado. Mientras estamos mordisqueando un solomillo de ternera al punto, desde el otro lado del mundo, nos llegan unas imágenes terribles, dramáticas, sangrantes como el pedazo de carne que nos metemos en la boca. Y cual es nuestro error? Ya no nos inmutamos. Estamos tan acostumbrados a ver noticias de este calibre, con esta dureza tan extrema, que nuestra mente las acepta como parte del paisaje de nuestro comedor. Así de duro, así de injusto. Pero ... y qué podemos hacer? Nada. Eso es trabajo de nuestros gobernantes. Madre mía! Dejar en manos de los políticos una tarea tan sumamente delicada. No es suficiente con transmitir a los electores (y a los que no lo son) lo que está pasando en el mundo y prometer que van a poner medidas para acabar con la violencia. Se trata de cumplir las promesas, pero lo más difícil es cumplirlas honestamente, sin subterfugios, sin juegos sucios, sin muertos inocentes. Ahí reside el mérito. No poner en práctica el dicho de "Muerto el perro se acabó la rabia". Eso es demasiado fácil. Lo difícil es buscar la paz con el arma más poderosa que existe en el mundo: la palabra.